Hoy pude ponerme al corriente con mi tarjeta de crédito gracias a los donativos que he recibido para Method of Action. Estoy muy agradecido con la gente que ha colaborado. Hace unos años era impensable para mi hacer esto, recolectar donativos me parecía de mal gusto, como el que pide limosna en la esquina.

Pero hace unos seis años, al término de mi primer sabático, se terminaron mis ahorros y comencé a trabajar de nuevo. Sentía un vacío existencial, pensaba “no necesito tanto dinero, ojalá lo pudiera cambiar por tiempo, pero como no puedo hacer eso, voy a intentar ayudar a otros con este dinero sobrante, quizás esto me de un poco de satisfacción”, y me propuse donar cierto porcentaje de mi salario a personas que lo necesitaran (que incluía tanto a conocidos como a desconocidos).

No resolvió mi insatisfacción existencial, pero sí me dio unas historias muy peculiares que recuerdo con mucho afecto. Una en particular me viene a la mente:

Había una señora sin hogar que habitaba una casita de cartón sobre la calle Florencia, en el DF. La veía siempre que salía del trabajo para ir al gimnasio a la hora de la comida. No pedía dinero, pero un día me acerqué y le di veinte pesos. Me lo agradeció y tomó una manzana que tenía encima de un trapo sucio, y me preguntó si la quería. Mi primer impulso fue decirle que no, pero luego pensé “si yo siento bonito al dar, también será bonito para ella aceptar su manzana”, así que la tomé, y sin pensarlo dos veces le di una gran mordida.

Nos vimos a los ojos, sonriéndonos, y sentí una dicha indescriptible.

Allí fue cuando aprendí lo bonito que es saber recibir.

Gracias.